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Establecimiento educativo rural ubicado a tres kilómetros de la Ruta N°11, en el ejido de Valle María. Surgida como escuela familiar después de la llegada de los alemanes del Volga, forma parte del patrimonio educativo y cultural de la región.

 

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Este domingo 2 de octubre vecinos de Valle María y la zona se reunirán en un acto en el actual establecimiento de la Escuela N°26 Bernardo Monteagudo para conmemorar sus 100 años. Será a las 9:30; y posteriormente habrá un almuerzo.

Se trata de una escuela que se la conoció con varios nombres, según la época y ubicación geográfica: “La escuela de los campos de los González”, “la escuela privada-familiar”, “la escuela de los Alva”, “la escuela de los Hatt”, “la escuela N°26” y finalmente “la Escuela N°26 Bernardo Monteagudo”.

Actualmente, está ubicada en un terreno y edificio propio, inaugurado el 22 de septiembre de 1969. Y se encuentra en el camino de ingreso al colegio Stella Maris, desde Ruta N° 11 al oeste, a unos tres kilómetros. Para llegar a la conmemoración se toma como punto de partida 1922, cuando comenzó a funcionar la escuela en el Establecimiento La Lidia, de la familia Hatt; aunque la génesis comienza varios años antes.

 

El pulso de la ruralidad

Las fuentes escritas y orales consultadas atestiguan que la escuela de “los Alva” estaba a 200 metros del camino rural que va de este a oeste. Es decir, 4,300 km hacia el oeste de la Ruta N°11 en el kilómetro 28,500. Estos campos habían pertenecido a una familia González, y por la creación de la Colonia General Alvear, en 1877-1878, le fueron canjeados por otras de mayor extensión en el departamento La Paz.

El primer maestro fue el subteniente Juan José Alva, nacido el 20 de agosto de 1857. Era hijo de José Santos Alva y de doña Ubaldina Godoy.

Alva le solicitó en ese entonces al administrador de la colonia, Samuel Navarro, la posibilidad de comprar una chacra contigua a la suya para su hijo Juan José, en las mismas condiciones que los recién llegados alemanes del Volga. Es decir, a 110 pesos la chacra de 44,85 hectáreas, pagadero en 10 años. El 7 de septiembre de 1878, el administrador confeccionó y firmó un documento de adjudicación: “Juan José Alva, mayor de edad (tenía 21 años) de profesión maestro de escuela en el mismo lugar de su población podrá levantar su casa y poblarla”.

Este primer maestro, de los “campos de los González”, primitivos pobladores de la actual zona de Pueblo Nuevo o Puerto Alvear, también elaboraba artículos de hojalatería, especialmente sartenes, ollas, fuentes y baldes, que las mujeres de los alemanes del Volga canjeaban por harina y otros ingredientes que recibían de la administración de la colonia.

Juan José se casó con Encarnación Fernández, hija de José María Fernández y Melchora Pacheco. Nacida el 8 de junio de 1855 en Paraná, Doña Encarnación falleció el 8 de enero de 1951 a los 95 años y está sepultada en el cementerio católico de Valle María. Su tumba, por su tamaño, sus detalles de construcción, los materiales utilizados, la placa, denotan la importancia e influencia que tuvo la vida de Encarnación.

Según el relato de doña Encarnación, que realizó en 1939 con 84 años, su esposo Juan José Alva se vinculó y relacionó mucho con los inmigrantes alemanes del Volga recién llegados a la colonia. Además, por su destacada intervención a favor del orden y la paz en algunas perturbaciones civiles, el 2 de enero de 1882 recibió del gobierno provincial por medio del jefe político de Diamante, Sebastián Etchevehere, el grado de subteniente.

En estos campos, antes de la llegada de los inmigrantes y creación de la colonia había propietarios, ocupantes y algunos “puesteros” de estos espacios. Algunos con títulos virreinales, en los que se criaban vacas y caballos. No se dedicaban a la agricultura. Algunas familias que Encarnación Fernández y Emilio Hatt nombran son: Camps, Pacheco, Fernández, Celiz, Albornoz, Velázquez, Ríos, Domínguez, Martínez, Méndez, entre otros. Allí probablemente los niños de éstos y otras familias iban a la escuela de “los campos de los González” en la que Juan José Alva fue su primer maestro. Con el transcurrir de los años, se la comenzó a nombrar y referenciar como la “escuela de los Alva”, por estar en la chacra de Juan José Alva y luego de sus hijos.

Queda claro el funcionamiento desde 1878 de la escuela, primero denominada “de los campos de los Gonzáles” luego de “los Alva”. Fue una escuela privada o familiar que funcionó hasta 1928. Esto lo afirma en el libro de actas en las “notas de inspección” del 14 de abril de 1928, la inspectora de la escuela N°26, dónde se lee: “Más ahora que ha dejado de funcionar la escuela de familia que mantenía muy cercana”. Y más adelante: “para mejorar las necesidades de la dotación de mobiliario y elementos de enseñanza, dejo en esta escuela (la N°26) algunos elementos que he recogido de la escuela de familia que ha dejado de funcionar”.

Se podría concluir que, cuando el estado establece en 1922 la escuela N°26, a 3 km al sur de la de “los Alva”, ésta decae y los alumnos y parte de su mobiliario son pasados a la de los “Hatt”. Para muchos de los vecinos de la región la escuela N°26 es una continuidad de la escuela “familiar-privada” de “los Alva”.

 

En campos de lo Hatt

Santiago Hatt nació en Schaffhausen, Suiza en 1842. Migró a Uruguay donde contrajo matrimonio con la viuda Elisa Ruprecht. Santiago abandonó el país oriental y se acopló a la inmigración de los colonos suizos que fueron a colonizar San Justo, en Santa Fe.

Se dedicó a la actividad comercial, acarreando mercancías en carretas desde la ciudad capital, pero sufrió varios ataques y desvalijamientos de su mercadería. Fue una de las razones por las que se trasladó a Entre Ríos, ubicándose en el ejido de Diamante en 1873. Se dedicó al comercio junto a Antonio Tachella en el paraje del molino Airaldi. Allí nació Emilio Hatt el 27 de febrero de 1875.

Con la llegada de los Alemanes del Volga en enero de 1878, Santiago fue contratado por el administrador de la colonia, Samuel Navarro. Ofició de intérprete, ya que dominaba el idioma alemán; y además tenía la responsabilidad del aprovisionamiento de los insumos para los recién llegados.

Es por eso que solicitó a Samuel Navarro la concesión de una chacra donde se instaló y que heredó a sus dos hijos: Emilio Hatt (y Eduardo Hatt.

Emilio bautizó el establecimiento con el nombre de su hija: La Lidia, un emprendimiento rural de 144 hectáreas, de las cuales 90 estaban destinadas a la agricultura y el resto a la ganadería. También tenía una amplia plantación de árboles frutales y funcionó allí el bañadero de inmersión que todavía está en pie; un método de control de la garrapata en el ganado.

Su casa y galpones aún están en uso, siendo su propietaria la familia Rome, hablamos de una construcción de no menos de 135 años.

Don Emilio fue un socio muy activo y propulsor de la incipiente cooperativa La Agrícola Regional; impulsor de las ideas del cooperativismo y asociativismo de los colonos, para defender sus intereses de modo agremiado. Propulsor de las ideas socialdemócratas, de la educación básica y laica. En ese espacio privado y ese marco, funcionó la Escuela N°26 desde 1922.

 

Nacimiento del actual establecimiento

En una inspección realizada el 10 de junio de 1958 se consigna que se trata de la Escuela N°26 “Bernardo Monteagudo”; es la primera vez que aparece ese nombre y contabiliza 19 alumnos.

Luego, entre 1962 y 1964 aparece varias veces la necesidad de contar con un edificio propio.

El 9 de junio de 1964, se consigna la existencia de la cooperadora y la firme decisión de conseguir un terreno y construir un edificio escolar; y con el esfuerzo de todos, reunieron un fondo de 18.000 pesos. En el informe de inspección, se consiga por primera vez que la mayoría de los niños son descendientes de las familias alemanas campesinas, donde se habla casi exclusivamente alemán, lo cual dificulta el aprendizaje en primer grado. Ya en los grados superiores, se nota mucha contracción y empeño de los alumnos por aprender y cumplir con la tarea.

 

Edificio propio

En 1963 se constituyó una cooperadora muy trabajadora, que en la mayoría de sus miembros se mantienen unidos y muy activos hasta 1970. Estos fueron: Presidente: José Kranewitter; Vice: Esteban Stamm; Secretario: Enrique Wagner; Pro-secretario: Nicolás Celis; Tesorero: Pedro Hatt; Pro-tesorero: José Engelberger; Vocales: Dobler, Wendler, Schaab, Gassmann, Wagner.

Los animaba un espíritu cooperativo, que los mantuvo asociados como vecinos, con un claro liderazgo ejercido por su presidente José Kranewitter, quienes la condujeron por tantos años, logrando su cometido: Su objetivo, casi obsesivo era conseguir un terreno y construir un edificio propio, acorde y digno para los niños del vecindario.

Apelaron a la generosidad de Alberto Hatt, vecino de un espíritu cooperativo, el cual donó una parte del terreno y otra, menor, se le pagó a un precio simbólico.

Durante 1967, elevan junto a la directora María Magdalena Morán, el proyecto de construcción al Consejo General de Educación, ofreciendo el terreno, los planos, (90m2 de aulas, sanitarios, galería y patio), dinero en efectivo y toda la mano de obra para la construcción gratuita, perforación del pozo de agua, pozo ciego y cercado del terreno.

Para fines de 1967 se inicia la obra consistente en un aula, dirección y sanitarios, concluyendo las mismas en julio de 1968.  El 22 de septiembre de 1968 se inauguró oficialmente con un gran acto cívico y posterior almuerzo en una gran carpa.

 

Testimonio de una época

Carlos Pelentier vivía un kilómetro hacia el sur de Stella Maris y su cuerpo toma vida cuando recuerda sus vivencias en la actual escuela, en los años 70/80. “Cuando comencé la escuela, creo que la maestra era de apellido Martínez. Con mi hermano Néstor la buscábamos en el aeroclub con el sulky, porque entre las 7:15 y 7:20 pasaba el colectivo por la ruta, por lo que nos levantaban a las 6:00 y desayunábamos malta, o mate cocido con miel y pan casero y chorizo”, recuerda.

Ya para su segundo grado llegó otra maestra, pero ya iban caminando. “Iba con Beto, Gabriel y Silvia Krapp; mi hermana Elba y muchas veces lo llevábamos a Jorge Unrein. Teníamos 45 minutos caminando desde mi casa”, dice. Recuerda que los que tenían más posibilidades iban a caballo o en sulky. “En mi casa teníamos tres caballos y uno solo era para el sulky, pero como teníamos obra de ladrillo los caballos se ocupaban para el trabajo”, deduce.

En los recreos todo era diversión. “Jugábamos a la bolita, la escondida, la mancha, o con la pelota de trapo. Cuando faltaba la maestra que atendía los grados más chicos, siempre iba uno de séptimo grado para cuidarnos”, rememora.

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