Se trata de una noticia que parece ser el contenido de un relato de humor negro, pero la que sin embargo, más allá de la tragedia que representa, viene a mostrar una cuestión que exige ser tomada con mucha seriedad.
La noticia está referida a la circunstancia que al menos nueve personas han muerto tras ingerir una sopa contaminada con insecticida, después de asistir a un funeral en un pueblo de los Andes peruanos. Allí sin embargo no para la cosa ya que según la misma información fueron hospitalizados en un centro de salud cercano cincuenta personas afectadas por intoxicación, de las cuales cuatro se encuentran graves en condición inestable, y otras veintiuna en pacientes en situación crítica.
Las precisiones que se dan a continuación, parecerían propias del informe de un antropólogo cultural, en la medida que nos permiten enterarnos que en las regiones serranas de ese país es una costumbre que durante el funeral, se sirva a los asistentes un caldo de mote, un estofado y chicha; aunque al parecer la causa de la dañina y en muchos casos mortal intoxicación, en realidad cabría calificarla como “envenenamiento” liso y llano, dado que lo que habría sucedido es que el caldo estaba contaminado con insecticida.
En forma coincidente, aunque por supuesto se trata de una casualidad, en nuestro país se hicieron presentes varios casos de triquinosis, que vinieron a quedar explicados siguiendo un rastro que desde una zona rural de la provincia de Buenos Aires llegaba a Santa Fe y luego terminaba en el interior de Córdoba, donde un “ carnicero” -por nuestra parte no sé por qué sospechamos que debe tratarse de un emprendimiento de mayor envergadura- elaboraba y vendía chorizos secos, con cerdos alimentados en un basural de la zona.
Ello viene a ser una prueba clara de esa personalidad disociada tan presente en nosotros, que por una parte nos vuelve tan aprensivos en la ingesta de determinado tipo de alimentos, y precisamente lo contrario en el caso de otros. Algo que viene a significar que no solo no nos cuidamos como debiéramos en tantos aspecto de la vida cotidiana, sino que también esa misma irresponsabilidad, que da cuenta de una temeridad rayana en una suerte de subconsciente inclinación suicida, se vuelve más aguda, aunque pasa más inadvertida, en el caso de lo que se come.
Es que no es la ocasión de que hagamos referencia tanto a las víctimas de la ingesta de alcohol sin control, a la de los accidente de vehículos en la ruta, a las consecuencias de construcciones defectuosas, a los escapes de gas y otras muestras de grave incuria individual y colectiva. De lo que se trata aquí es de una mezcla de higiene y bromatología, que concluya en la necesidad de que exista un control de la calidad y sanidad que debe estar presente en el momento en el que los alimentos se elaboran, con el simétrico cuidado en el momento en que ellos se cocinan o se guardan en la vivienda de cada cual.
Y como si esto fuera poco a nuestra peligrosa desaprensión en la materia se debe agregar la deficiente función de policía que llevan a cabo tanto los organismos provinciales como municipales respectivos.