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Impunes. Hoy es un nuevo aniversario de la última vez que fue visto el agenciero Juan José «Pocho» Morales. La semana que viene será el séptimo de la ausencia de Sebastián Ortiz

Hace seis años Juan José Morales recorría San Jaime de la Frontera en su bicicleta levantando jugadas de la quiniela. Anochecía aquel 30 de agosto de 2011 y las calles linderas a la ruta nacional 127 tenían el transitar habitual de vecinos haciendo compras, tomando aire en la vereda y niños jugando. A las 20.15, como si la tierra se hubiese abierto para tragarlo y luego cerrado sin dejar ni una grieta, Pocho desapareció. Seguirían días de búsqueda, se iniciaría una investigación cada día más frustrante y, poco después, todos recordarían a aquel hombre que, un año antes, habían dejado de ver de la noche a la mañana.
Hace siete años (se cumplirán exactos el jueves de la semana que viene) Sebastián Ortiz salió en su bicicleta por las calles de San Jaime hacia la terminal de ómnibus para sacar un pasaje que al día siguiente lo llevara de regreso a Paso de los Libres, Corrientes. No llegó a la boletería y, como si las mismas calles del costado oriental de la ruta nacional 127 se hubieran abierto, tragado a Ortiz, cerrado sin dejar ni la bici ni una zapatilla ni rastro de él, a las 20.15, se calcula, comenzaba el misterio.
Pocos dudan de que haya sido la misma boca abierta bajo las farolas de calle San Martín, y en plena actividad del pueblo, la que se tragó a Ortiz, primero, y casi exactamente un año después a Morales. Lo que no ha podido la Policía ni la Justicia es juntar pruebas, indicios al menos, para ponerle un nombre a esa boca, ya nadie lo duda, asesina.
Los cabos de un caso y otro se irían atando sin mucho esfuerzo: sendos desaparecidos tenían 66 años la tarde noche de sus desgracias; trabajaban los dos en forma ambulante, uno recorriendo los apostadores del pueblo, otro ofreciendo bártulos para el hogar; el medio de movilidad era la bicicleta (otro vehículo no tendría mucho sentido en un pueblo de no más de 20 cuadras por 20) y ambas eran rojas; las fechas próximas en el calendario de una y otra desaparición, y la hora prácticamente coincidente del momento del crimen, ya nadie lo duda, sumaron coincidencias para empezar a pensar que un mismo psicópata caminaba entre los 4.000 habitantes de la localidad del Departamento Federación.
De todos modos, la familia Morales hará hoy el ritual de todos los años: marcha desde la tómbola Pochito hacia la Plazoleta de la Memoria, ofrenda floral y unas palabras para que el caso no quede en el olvido. Hace tiempo que no se hace una misa para recordar a Pocho ante los problemas que surgieron en la causa por declaraciones contradictorias en la causa del sacerdote de la iglesia local.
«Una marcha como todos los años nomás, tranquilos, no hay nada. A las 19.30 nos vamos a empezar a juntar en la agencia y salimos hacia la plazoleta», dijo a UNO Walter Morales, hijo del hombre desaparecido. Consultado por novedades en la investigación, más como una formalidad que a la espera de datos nuevos, respondió: «No, nada, nada, está todo parado, todo quieto».
La familia ya no tiene abogados que los representen en la causa porque «sale muy caro, se complica -admitió Walter-, vamos a dejarlo al de arriba, como quien dice, que lo ve todo, nosotros seguimos con la esperanza, pero la Justicia no hace nada, la Policía no hace nada, al vecino no le interesa el caso, o están encubriendo a alguien, o no sé, porque cuando quieren descubrir las cosas las descubren», lamentó.
En el pueblo «algunos preguntan, pero son pocos, siempre surge el tema en conversaciones, pero ya te digo, no es como antes», contó.
La causa está en la Fiscalía de Chajarí, a cargo de Maximiliano Larocca Rees, pero el contacto con la familia Morales ha sido escaso en los últimos tiempos: «Ni ellos nos han llamado ni nosotros vamos», dijo Walter.
El reclamo de todo el pueblo de San Jaime se fue apagando de a poco con el correr de los años. El miedo que muchos tenían durante el día, y más aún al caer el sol, también se fue diluyendo por la idea de que lo peor ya sucedió y no volvería a ocurrir otra desaparición. Hasta ahora ha sido así. «La gente tiene ese recelo, la madre a los hijos si van a tal lado que les avisen, a qué hora vuelven, que llamen cuando es de noche, pero más de eso no», refirió el hijo de Pocho.
La investigación tuvo varios hitos. A la media hora de la desaparición del quinielero, todo el pueblo lo estaba buscando por las calles y campos aledaños. Los días siguientes cientos de policías y aspirantes rastrillaron los montes cercanos, las banquinas de la ruta hacia Conquistadores y hasta Las Cuatro Bocas, el cruce de frontera con Corrientes; helicópteros, buzos tácticos, perros adiestrados y entrecruzamiento de llamadas telefónicas. Ante la falta de resultados se llegó a requisar todas las viviendas del pueblo. Además, se vaciaron los piletones de desagüe cloacal y peritaron pozos de los campos de alrededor de San Jaime.
Los testimonios que más dieron que hablar, resultaron falsos. Como el de Pinino Báez, quien afirmó que aquella noche Pocho había pasado por su casa y hablaron ventana de por medio. Un hombre que dijo haberlo visto en Córdoba pero terminó detenido por falso testimonio. El párroco de San Jaime y un concejal debieron dar explicaciones porque ocultaron información al declarar, y hubo denuncias por amenazas que nada tenían que ver con el caso Morales.
También estuvo en la mira un comisario retirado, quien se había peleado poco antes con el hijo de Pocho. Le hallaron pruebas que no se pudieron cotejar por haber sido contaminadas, y el hombre terminó preso hace poco por abigeato. Cabe recordar que cavaron en una tumba del cementerio a raíz de un comentario, y se realizó un ritual con un vidente o curandero que no arrojó resultados.
Estos son solo algunos de los puntos del caso que dieron que hablar a lo largo de los años, pero que en nada ayudaron a determinar el paradero de Morales.
(Uno)

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