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La convivencia, la solidaridad y sobre todo el tránsito de la niñez a la adolescencia de decenas de chicos en el día a día del internado de una escuela agrotécnica, es la historia que cuenta esta propuesta incluida en la Competencia de Documentales.

La convivencia, la solidaridad y sobre todo el tránsito de la niñez a la adolescencia de decenas de chicos en el día a día del internado de una escuela agrotécnica, es la historia que cuenta “Las Delicias”, de Eduardo Crespo, incluida en la Competencia de Documentales de la 31ra. edición del Festival de Biarritz, en Francia.

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El realizador entrerriano (“Nosotros nunca moriremos”, La continuidad de la memoria”, “Tan cerca como pueda”), centra su mirada sobre un internado de chicos de un colegio secundario en Entre Ríos, esquivando los tópicos de estudiantes alejados de la familia que sufren maltrato, y principalmente registra los lazos entre los internos y también, la relación con los maestros.

“La idea de que te manden a estudiar a ‘Las Delicias’ era como una especie de amenaza constante dicha por nuestros padres cuando hacíamos alguna travesura”, cuenta Eduardo Crespo a Télam en un bar poblado de voces latinoamericanas pegado a la Gare du Midi, la sede central del festival.

«Para mí, lo cinematográfico no tiene que ver en absoluto con ningún tipo de violencia, y en eso queda encasillado muchas veces el cine latinoamericano. Un poco en contra de eso es que quise filmar una película como «Las Delicias» en un lugar que obviamente es violento y que no hace falta un cartel que lo anuncie, se puede ver en el abandono por parte del Estado de las escuelas rurales del interior del país.»

“Las Delicias siempre me llamó la atención y me planteé hacer un rodaje como una especie de retiro espiritual, en solitario, en un lugar cerca del pueblo donde había crecido”, describe sobre el comienzo del proyecto.

Télam: ¿Qué fue lo que interesó de un colegio secundario con internos para encarar un documental como Las Delicias?

Eduardo Crespo: La escuela tenía cierta fama en mi pueblo, de que era un lugar medio salvaje por no decir violento, de estructuras o métodos similares a los que pasaba antiguamente en el servicio militar.

De ahí que me llamaba la atención el contraste con el nombre de la escuela Las Delicias, así que cuando por fin me decidí a ir a filmar fui con la idea de encontrarme algo en esa línea, pero era algo totalmente distinto. Más allá de eso, mi idea no era llegar al lugar con una idea preconcebida sino dar lugar para que la película se me revele y así fue que cuando empecé a ir con la cámara, comencé a descubrir a estos personajes, que no tienen nada que ver con lo que uno imagina de estos lugares. Y entendí que hacer foco en ellos tenía que ver con una idea del cine que me interesa y por la que vengo trabajando hace tiempo.

T: ¿La película, rodada sin un equipo acompañándote, era lo que requería un proyecto en donde se retrata a chicos que están formándose lejos de sus afectos, en soledad?

EC: Empecé filmando solo porque venía muy desilusionado con el cine en general, con las formas de hacerlo sobre todo, había tenido una muy mala experiencia en un trabajo y luego de eso había perdido las ganas de volver a filmar. En ese entonces estaba esperando la financiación para «Nosotros nunca moriremos» y no tenía ni idea de cómo encarar el rodaje. Las Delicias siempre me llamó la atención y me planteé hacer un rodaje como una especie de retiro espiritual, en solitario, en un lugar cerca del pueblo donde había crecido y en búsqueda de reparar algo que se había desarmado.

Y finalmente algo de esa experiencia, compartida con esos niños, que también estaban en una etapa de exploración personal muy fuerte y de alguna manera desamparados, fue lo que me hizo volver a creer en lo que vengo haciendo. Algo se me reveló filmando esa película y fue lo me devolvió la fe en el cine.

T: La edad de los chicos y la convivencia en un internado puede dar lugar a tensiones y hasta crueldades que si se quiere, son muy “cinematográficas”. Sin embargo, «Las Delicias» toma el camino del relato pausado. ¿Cómo fueron tus elecciones para llegar a esa puesta?

EC: Qué buena pregunta para pensar en qué es lo “cinematográfico” como se lo pregunta el director chileno Ignacio Agüero a otros cineastas en su película «Como me da la gana». Para mí, lo cinematográfico no tiene que ver en absoluto con ningún tipo de violencia, y en eso queda encasillado muchas veces el cine latinoamericano. Un poco en contra de eso es que quise filmar una película como «Las Delicias», en un lugar que obviamente es violento y que no hace falta un cartel que lo anuncie, se puede ver en el abandono por parte del Estado de las escuelas rurales del interior del país. En la diferencia que hay en los recursos y las posibilidades que tienen estos niños comparados a los de la ciudad, por ejemplo. Pero para mí ese es el contexto, lo cinematográfico aparece en el vínculo fraternal entre esos niños para sobrevivir, en el respeto que tienen para con sus pares, que es el mismo respeto que tienen por un animal o por una planta. O en la entrega total de los adultos para cuidar o educar a esos niños, el cariño y la paciencia que les brindan a pesar de no estar obligados a hacerlo. La película habla de eso también, desde dónde miramos, hacia dónde miramos.

T: ¿En algún momento pensaste en hacer una ficción a partir de lo que viste y registraste en Las Delicias?

EC: El proceso fue al revés, al principio pensaba que lo mejor para contar ese lugar era a través de una ficción, pero por suerte esa idea no avanzó, porque hubiese sido muy difícil filmar con tantos niños y animales.

Después de esta experiencia y del trabajo en conjunto con la montajista Lorena Moriconi, con quien disfrutamos muchísimo de todo el proceso, empecé a trabajar en un proyecto con algunos de los chicos que aparecen ahí, en una suerte de continuidad o secuela. Ahora son adolescentes, así que veremos si ellos quieren.

T: Después de la atención que mereció “Nosotros nunca moriremos” presentás un documental. ¿Necesitabas un cambio de registro?

EC: Siento que cada proyecto es diferente, no los pienso por género sino más bien por estructuras de producción. Y sobre todo pienso en las libertades que cada estructura me da a la hora de filmar. A veces hacer ficción es muy condicionante, entran muchos factores en juego y en eso el documental es diferente, pero a la vez en el documental uno tiene menos certezas y eso para mí es muy atractivo.

Este caso fue particular, porque el rodaje de “Las Delicias”, que me llevó varios años, fue interrumpido por el rodaje de «Nosotros nunca moriremos», y gracias a eso pude usar mucho de la experiencia del rodaje del documental en la ficción. En la construcción de los dos personajes, de algunas escenas y también en la decisión del casting de Rodrigo y Brian, que salieron de habernos conocido en «Las Delicias».

T: ¿Después de mostrar la película en Amsterdam, qué significa para vos participar en la competencia de documentales de Biarritz?

EC: A pesar de la incertidumbre que vivimos hoy sobre el futuro de la cultura en Argentina y la falta de compromiso de los gobernantes para con este tema, este tipo de eventos vuelven a resaltar la importancia que tiene nuestro cine en el mundo entero. Y no solo un tipo de cine, sino el cine en todas sus formas.

«Las Delicias» tuvo un comienzo hermoso en la competencia principal de IDFA (International Documentary Film Festival Amsterdam) y luego pasó por varios festivales, también muy preciosos, cosa que no me esperaba y que estoy disfrutando mucho. Y me pone muy contento y a la vez ansioso poder compartirla con el público de un festival con la trayectoria que tiene Biarritz, que siempre celebró y puso en lo más alto al cine argentino. Y sobre todo, compartir la competencia de documentales con otros colegas que admiro, pero en especial con Maxi Schonfeld, que también presenta su hermosa película “Luminum”. Es un amigo con el que nos formamos juntos en el cine y en la vida.(Télam)

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