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La recomendación es descompactar eventualmente, nunca hacerlo como regla.

 

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Un estudio de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA) publicado en la revista científica Agronomía y Ambiente evaluó los efectos de la descompactación mecánica del suelo, usando maquinaria agrícola sobre cultivos de maíz en siembra directa, y encontró que las condiciones físicas del suelo, como su porosidad —es decir, la cantidad y el tamaño de sus poros— mejoraron y se tradujeron en un aumento del rendimiento. No obstante, según aclaró Carina Álvarez, docente de la cátedra de Fertilidad y Fertilizantes de la FAUBA y coautora del estudio, “el primer mensaje es que la descompactación es una medida de remediación que no reemplaza las buenas prácticas de cuidado y manejo del suelo”.

El fenómeno de compactación afecta los cultivos de diversas formas: “En suelos compactados, las raíces no tienen las condiciones que necesitan para su buen desarrollo, o sea para crecer cómodamente y acceder al agua, nutrientes y oxígeno”. Por esto, la docente resaltó que es clave cuidar la calidad física del suelo en siembra directa. “Como prescindimos de la labranza, es muy importante prevenir la compactación o tratar de remediarla con procesos biológicos o procesos que combinan ciclos de humedecimiento y secado, o sea, con manejo, para mantener esa buena cama para la siembra”, señaló al portal SLT de la FAUBA.

Pero cuando el suelo se compacta, se deben aplicar medidas de remediación para devolverle su porosidad. Este es el momento en que se puede aplicar la descompactación mecánica. El estudio encontró que la técnica resulta beneficiosa para recuperar la calidad física del suelo.

“La idea de hacer el experimento con descompactación surgió a partir de un grupo de productores que querían conocer los beneficios de la práctica”, comentó Carina. Entonces, cultivaron maíz en lotes en donde combinaron tres parcelas con suelo sin descompactar y tres con suelo descompactado. “Uno de los principales resultados que observamos es que el rendimiento del maíz aumentó entre el 6 y el 7%. Esto fue consecuencia de un aumento en la abundancia de raíces en los primeros 10 centímetros del suelo y mayor infiltración del agua de lluvia, lo que generó una mayor disponibilidad de agua y nutrientes para la planta”.

Álvarez comentó que la elección de trabajar con maíz se debió a las particularidades de este cultivo que lo hacían más susceptible a responder a los cambios físicos del suelo. “Teníamos el antecedente de estudios en los que el maíz era el cultivo más sensible a la compactación. Esto tiene que ver con que el maíz tiene necesidades hídricas concentradas en el tiempo, alrededor de la floración. En ese momento es cuando se define el número de granos que tendrá la planta, y si le falta agua, el rendimiento baja”.

La docente señaló que este estudio complementa a muchos otros realizados en otros cultivos y que permiten dar un panorama completo sobre los efectos de la descompactación. “Con el tiempo se fueron haciendo otros trabajos de descompactación. Además del maíz, otros grupos de trabajo hicieron estudios sobre la soja y eso nos permitió hacer una revisión mucho más sólida que publicamos en la revista Soil and Tillage Research”, mencionó.

Estos estudios, según la profesional, aportaron mucha información sobre el fenómeno de la compactación y su impacto en la soja. “Al diseñar el experimento, usamos maíz porque pensábamos que la soja no iba a responder tanto a la descompactación, pero nos sorprendió. Otros estudios mostraron que en suelos arcillosos que estaban compactados, la soja respondía muy bien cuando los rendimientos eran bajos. Es decir que cuando la soja estaba rindiendo poco, la descompactación del suelo mejoraba de manera importante el rendimiento”.

“Muchas veces, luego de descompactar, volvíamos al mismo lugar y encontrábamos que el suelo estaba nuevamente compactado. Esto significa que el efecto de la práctica duraba poco. Por esto, otro mensaje importante es que un suelo descompactado es más susceptible de volver a compactarse”. Carina Álvarez explicó que cuando se afloja el suelo mecánicamente, los poros que se forman están llenos de aire o agua y no tienen raíces que los sostengan, por lo que es muy fácil destruirlos. “Si caminamos sobre ese suelo o una máquina pasa por encima, la estructura que se había generado se desarma, es inestable”.

En este sentido, resaltó que “solo tiene sentido descompactar mecánicamente si después vamos a hacer bien las cosas. Yo hablo siempre de una lista de buenas acciones para evitar la compactación del suelo. Si se descompactó, lo que sigue es asegurar que siempre tenga raíces sumando cultivos de cobertura, respetar su capacidad portante —es decir, de soportar las cargas que se le aplican—, regular en tránsito en el lote y usar neumáticos anchos con mayor superficie de apoyo e inflados a la presión que indica el manual para evitar la presión excesiva. También hay que hacer rotación de cultivos, esto es, alternar plantas de diferentes familias en los ciclos de cultivo en un mismo lugar”.

Álvarez también apuntó al monocultivo como una práctica que incide de manera negativa en la calidad del suelo y que está muy extendida en la Argentina. “Nuestro país maneja gran parte de su superficie en siembra directa, que es una práctica favorable. No obstante, tiene que estar en un contexto de diversificación de cultivos, lo cual muchas veces no ocurre. No se trata solo de hacer siembra directa, sino también de hacer muy buena rotación y la Argentina, por razones económicas y de tenencia de tierras, muchas veces se apega al monocultivo de soja o al cultivo de mayor rentabilidad. Deberíamos hacer más cultivos de cobertura para tener raíces y combinar sistemas de raíces de diferentes especies en nuestros sistemas de producción. Tenemos muchos desafíos”.

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