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Los productores que fumigan con venenos ofrecen los servicios en campos de la zona. Habrá que convencerlos de que cambien el paradigma con los controles burocráticos y profundizando la educación.

La Picada es la localidad que se encuentra a 35 minutos del centro de Paraná, viajando en auto, que se puede convertir en el centro de producción de alimentos sanos.

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En principio porque ya hay productores que llevan adelante emprendimientos agroecológicos relacionados con las verduras, las frutas, la miel, el tambo, la cría de animales y el cuidado de la naturaleza.

En La Picada florece la reserva natural urbana General San Martín y crece la Escuela Normal Rural Almafuerte.

Todos estos actores sociales, espirituales, ambientales y culturales están ocupados en frenar las fumigaciones con agrotóxicos en campos cercanos.

En La Picada, Colonia Nueva, Colonia Crespo, Sauce Montrull, Espinillo y El Quebracho tienen miedo porque saben que hay fumigaciones descontroladas que generan olores insoportables.

Campo adentro apareció el cáncer que está relacionado en forma directa con los agrotóxicos.

El problema

Pequeños productores comparten grupos de WhatsApp con los fumigadores pero evitan ir al choque porque reconocen que, los que aplican los agrotóxicos, son personas cercanas que fueron convencidas por el sistema.

El Estado y las grandes empresas los convencieron de que la única manera de producir es con veneno. Hoy en los campos, a 30 minutos del centro de la capital entrerriana y a unos 15′ en promedio de Colonia Avellaneda o San Benito, los productores que fumigan son parte de la tercera generación familiar.
Hace 50 años que «trabajan» la tierra con las herramientas del mercado que los llevó a conseguir un capital millonario en maquinaria.
La gran pregunta es ¿Cómo hacer para que cambien la mentalidad?
La respuesta una vez más la tiene el Estado. Primero tiene que controlar (aunque no estaría llegando con el personal), después educar y luego acompañar con medidas fiscales para intentar que la transición a la agroecológica sea más amable.
 
Zarpados en fumigación
En La Picada y las zonas aledañas, cuando llegue el momento, expondrán que los productores que utilizan venenos, son dueños de campos que tienen una extensión cercana a unas 100 hectáreas, como para tomar un ejemplo.
Compran las maquinas para fumigar, con las facilidades que les da el actual mercado de agronegocios, preparan la receta y salen a realizar la aplicación. Primero en sus campos pero después en los campos en donde los contratan. Hacen el trabajo sucio, ellos o trabajadores subcontratados que toman la responsabilidad impulsados por la necesidad laboral.
Es decir que van esparciendo el veneno por donde les paguen. Testigos sostienen que inclusive lo hacen antes de la lluvia (que eleva la peligrosidad) o los días de viento.

La conversión

La situación es tan grave que, algunos cuando ven los mosquitos o las avionetas, llegaron a mirar las armas que tienen guardadas en sus hogares. El terror a las enfermedades los fue llevando a evaluar la posibilidad de disparar.

Saben que es una locura y reflexionan que la primera medida que hay que tomar viene de la mano de la palabra.

Confían en que si, a los fumigadores, le hacen cumplir la Ley van a entender que aplicar agroquímicos es algo serio.

La Ley Nº 6.599 advierte que antes de la aplicación hay que llevar la receta, preparada por un agrónomo, a la comisaría del pueblo. Tienen que avisar con 48 horas de antelación en el caso que funcione una escuela cerca del campo.

Los mosquitos deben que tener una patente colocada y los equipos necesitan una identificación. El fumigador tiene que gestionar un carné, pagar impuestos.

Los vecinos agroecológicos creen que cuando los productores tengan que realizar todos estos trámites burocráticos para fumigar se interesarán por la alternativa que ofrece la agroecología. También saben que el cambio cultural será difícil.

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